Filipinas, «ángeles de las periferias» al lado de las víctimas de la droga
Paolo Affatato - Ciudad del Vaticano
Son «los ángeles de las periferias», aquellos que, como el padre Daniel Franklin Pilario («padre Danny», como se hace llamar), siguen ofreciendo sustento y consuelo tanto humano como espiritual a las familias, especialmente a las mujeres, que han perdido a sus seres queridos en la gran barriada urbana de Payatas, en la zona de Quezon City. Estamos en uno de los barrios más degradados que salpican el tejido de Manila metropolitana, un conjunto de dieciséis ciudades para doce millones de habitantes. La barriada de Payatas -casi 200.000 residentes oficiales, según algunas estimaciones al menos el doble- alberga a una población que vive casi en su totalidad por debajo del umbral de la pobreza.
La cruda realidad del suburbio de Manila
Payatas es notoria porque allí se ubicaba un enorme vertedero urbano, cerrado en 2017. Ese vertedero empleaba a miles de personas, pequeños comerciantes, mujeres, niños, todos ellos dedicados a la economía informal del reciclaje. Los «excavadores», en su mayoría niños de la calle, seleccionaban objetos y materiales para ser reutilizados o reciclados (plástico, metal, papel, vidrio y más), revendiéndolos por unos pocos pesos a intermediarios o pequeños comerciantes. Pero con el cierre del vertedero, «un paso adelante» según las autoridades, las condiciones de vida de los antiguos basureros que siguen residiendo en la zona incluso han empeorado, y el desempleo es el principal factor.
Curar las heridas de los «descartados»
Es aquí, entre las familias más pobres y abandonadas de la capital filipina, donde la terrible temporada de la llamada «guerra contra las drogas» -la campaña lanzada por el entonces presidente Rodrigo Duterte, hoy llamado a rendir cuentas ante la Corte Penal Internacional- se ha cobrado más víctimas. Aquí campaban a sus anchas los «escuadrones de la muerte», grupos de verdugos armados y anónimos que, sin previo aviso ni piedad y, sobre todo, sin juicio alguno, se dedicaban a eliminar a sangre fría a hombres, adultos y jóvenes, por ser denunciados o sospechosos de ser pequeños traficantes o estar implicados en el narcotráfico. Aquella temporada, por la que hoy se clama justicia en la comunidad internacional, dejó profundas heridas que los «ángeles de la periferia» vendan, curan, sanan. Son personas, sacerdotes, consagrados, voluntarios, jóvenes de parroquias o universitarios, que han tomado coraje y un impulso ideal decisivo de las palabras de Francisco. Su llamada a «ir a las periferias» y atender aquí a los «descartados» se ha hecho carne. Y ahora que el Papa ha vuelto a la Casa del Padre, «sienten un deseo aún más fuerte de mantener vivo este legado, es decir, la misión de ser la mano misericordiosa de Cristo que toca y lleva consuelo y esperanza a los corazones que sufren», explica el padre Pilario a «L'Osservatore Romano»: «Francisco nos ha enseñado que Dios es misericordia y ha vivido el Evangelio con humildad y alegría. Tomamos fuerza de su ejemplo de amor incansable, especialmente hacia los marginados y, en su memoria, renovamos nuestro compromiso».
Ayudar a las familias de las víctimas de la «guerra contra las drogas»
El religioso vicenciano es director de la «Adamson University» de Manila, pero es, al mismo tiempo, un auténtico sacerdote de la calle, un pastor que, en cuanto sale de la clase, se va en moto o en coche a escuchar, confesar y celebrar misa con las mujeres de Payatas. Allí hay cientos de viudas, madres afligidas que perdieron hijos o maridos en esa trágica coyuntura de la historia reciente. La conocida imagen apodada «la Piedad filipina» -una evocadora instantánea del fotógrafo Raffy Lerma (una mujer desconsolada que sostiene en sus brazos a su compañero recién asesinado el 23 de julio de 2016)- es el icono que retrata y expresa magistralmente ese sufrimiento.
La organización católica «Solidaridad con Huérfanos y Viudas» (Sow), cofundada por el padre Danny, lleva años prestando ayuda económica a las familias de víctimas de ejecuciones extrajudiciales, pero también ayuda psicológica y espiritual concreta, porque esas mujeres necesitan escuchar, contar sus historias, tener un hombro sobre el que llorar. Pilario les ayuda a poner ese dolor en manos de Dios y a salir adelante. Mirándolas a los ojos, el sacerdote recuerda «el coste humano de la violencia estatal: hay padres muertos a tiros delante de sus hijos y esposas encarceladas durante meses sin ser acusadas. La justicia debe extenderse a todas las víctimas de la violencia. Muchas viudas aún no pueden aceptar lo ocurrido». «Pero la vida sigue», subraya. Reflexionando sobre su experiencia «me dije que una vida de perdón, por la que Jesús rezó en la cruz, sólo puede hacerse realidad si los que quedan en el mundo tienen una vida digna. Por eso nos esforzamos para que esas mujeres y sus hijos vuelvan a experimentar la plenitud de la vida, la bondad, la felicidad y la paz», afirma. Entre otras cosas, Sow permite a las viudas elevarse profesionalmente mediante talleres de corte y confección y la fabricación de bolsos y otros artículos.
Las divisiones y el reto de recuperar la unidad
Las mujeres de Payatas lo necesitan, al igual que toda la nación filipina, que, al acercarse las elecciones generales del 12 de mayo, se encuentra desgarrada, en una fase de profunda polarización. La campaña electoral, que comenzó el 11 de febrero, ha estado marcada por el asunto de Duterte, el ex presidente detenido por crímenes contra la humanidad -relacionados precisamente con la «guerra contra las drogas» que concibió y promovió- por orden de la Corte Penal Internacional, pero que sigue presentándose como candidato a la alcaldía de la ciudad de Davao, donde comenzó su carrera política.
Para recuperar la unidad, la Iglesia ha querido pedir ayuda y confiar en la misericordia: los obispos de Filipinas han promovido para el 27 de abril, segundo domingo de Pascua o «Domingo de la Divina Misericordia», un acto solemne de consagración pronunciado durante las misas en todas las iglesias del país. Y en Manila - informa la agencia Fides - a partir del tercer domingo de Cuaresma, se recita una oratio imperata por la nación, una «oración obligatoria» en las parroquias, todos los días, durante las misas. «Señor, extiende una vez más tu mano poderosa y guía a nuestra nación, en este tiempo de crisis, conflicto y confusión», invoca el texto de la oración.
Al recordar las historias de Ramy, una abuela de 70 años que cría a seis nietos, y de Anna y Jesse, jóvenes viudas con hijos pequeños, el padre Daniel Pilario espera que «la luz de la verdad brille para guiarnos por el camino que conduce a la unidad y la paz». Para esas mujeres, «la justicia abrirá el camino de la sanación y la reconciliación. El Año Jubilar nos inspira a caminar juntos en una nueva esperanza».
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