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Encuentro entre el Papa Francisco y el Padre Ibrahim Faltas, 23 de noviembre de 2023. Encuentro entre el Papa Francisco y el Padre Ibrahim Faltas, 23 de noviembre de 2023.

Padre Faltas: Francisco, hombre de la paz y del encuentro

El Vicario de la Custodia de Tierra Santa recuerda la figura del difunto Pontífice, sus llamamientos en favor de los pobres y los necesitados, su condena de la violencia, su solicitud por las víctimas de Gaza y de todas las guerras, siempre presentes en sus oraciones.

Ibrahim Faltas

"Aquí tocamos con nuestras propias manos que Dios es vida y da la vida, pero asume la muerte". "La fe del hombre y la omnipotencia del amor de Dios se buscan y al final se encuentran". Son las palabras del Santo Padre comentando la página evangélica que recuerda la muerte de Lázaro, el amigo de Jesús. 

En la Plaza de San Pedro, que desde hace doce años acoge la voz y la fuerte presencia de un hombre de paz, el sábado 26 de abril dimos el último adiós terrenal al Papa Francisco, el amigo de Jesús. 

Ante la sencillez de un féretro rodeado de pobres y de poderosos, de creyentes en la vida en Cristo y de laicos que creen en los valores de la vida, de gente sencilla y de personalidades conocidas, el mundo le estrechó en un abrazo tierno y sereno. Damos gracias a Dios una y otra vez por habernos dado este Papa. 

Estamos tristes por su ausencia en la plaza donde resonaron sus últimas palabras de paz y desde la que difundió conmovedores llamamientos, intensas oraciones pedidas y dadas, enseñanzas de vida. Fue el día de la despedida humana de un hombre que nunca olvidó a los pobres y a los necesitados, que condenó la violencia, que nunca olvidó, por tanto nunca apartó de su corazón, a los muertos y a los sufrimientos de Gaza y de todas las guerras, conoció y siguió incluso a los más ocultos y olvidados. 


Haremos memoria del Pontífice cada vez que lo recordemos ayudando a los niños a vivir en paz, prestándoles atención, cuidados y educación, garantizando los derechos esenciales a quienes se les niegan, previniendo todo tipo de conflictos mediante el diálogo, aboliendo el comercio y el uso de las armas. 

El viento ligero hizo pasar las páginas del Evangelio, colocado sobre el féretro del Papa que, como sus predecesores, lo vivió plenamente. El libro abierto parecía difundir la palabra de Dios sobre los presentes y el mundo con la profundidad de una sonrisa, como Francisco la difundió en cada momento de su vida. 

El Papa seguía delante de la Cátedra de Pedro mientras se producía un esperanzador encuentro. No pudimos verle, pero el Santo Padre sonrió y levantó el pulgar. Volverá a intentar tenazmente reunir a dos presidentes vecinos en Tierra Santa, pero aún alejados en sus posiciones. Son estos encuentros -solicitados por Francisco desde el inicio de su ministerio a la política y a la diplomacia- los que, aunque se celebren en un momento de gran tristeza, revelan que "la fe del hombre y la omnipotencia del amor de Dios se buscan y acaban por encontrarse". Aprendimos de él la necesidad y la fuerza del encuentro que ayuda, sostiene y fortalece a partir del encuentro con Dios "que es la vida y da la vida".

Hace unos días recibí de manos del Nuncio Apostólico en Jerusalén una carta del Santo Padre, fechada el 7 de marzo de 2025. Eran los días de su hospitalización en el policlínico Gemelli y el Papa Francisco, parado físicamente por su enfermedad, continuaba con el corazón siempre en acción para trabajar por la paz, para estar cerca de los últimos de la tierra, para rezar por el mundo entero.

A finales de 2024 había estado en Siria para encontrarme con mis hermanos que viven y trabajan en esa nación afligida por una larga y dolorosa guerra civil. Los líderes religiosos sirios habían sido invitados a una reunión con el nuevo Presidente al-Sharaa, que había llegado al poder unas semanas antes. Tras la reunión, pedí hablar privadamente con el presidente. No había planeado esta petición, pero consideré que la reunión era necesaria en aquel momento. Simplemente pregunté al nuevo presidente si estaba dispuesto a reconocer e incluir a las minorías, a todas las minorías, incluidas las religiosas. Recordando aquel día, creo que el ejemplo de San Francisco y del Papa Francisco me inspiró para pedir la reunión, el primer paso para acoger, aceptar y amar. 

La respuesta del nuevo líder sirio fue más allá de mis expectativas; afirmó su estima y respeto por el Papa Francisco, un hombre de paz, y habló de la presencia cristiana como integrante del pueblo sirio. El diario de aquellos días se convirtió en un artículo para “L'Osservatore Romano”, un artículo que evidentemente no pasó desapercibido al Santo Padre, quien me pidió un informe escrito más detallado sobre la misión en Siria. Su respuesta me conmovió; ¡el Santo Padre, lleno del amor de Dios, me consoló, me apoyó, me animó incluso desde la cama de un hospital!

Sus decisiones valientes y coherentes dieron nuevos estímulos y nuevas visiones a la Iglesia universal y a quienes comparten sus valores. Fue un testigo fiel y firme de Cristo. Venció hipocresías, marginaciones y ofensas con la aceptación, con la acogida sin prejuicios y con la concreción del diálogo, de la presencia y de la cercanía incondicional. Les devolvió el valor y la consideración a las mujeres del Evangelio y a las mujeres de hoy.

Las palabras y los gestos del Papa Francisco siempre fueron sencillos, espontáneos, transparentes. Sirvió humildemente a la Iglesia, vivió con sencillez y sin ostentación: llevó durante mucho tiempo los mismos zapatos y las mismas gafas, recorrió el largo y difícil camino de los años complejos con los pasos y los ojos de los pobres. Cuando escribía para la Iglesia y para los hombres, siempre fue a lo esencial, tratando de dar un sentido profundo a las palabras.

Interrumpió programas y protocolos para detenerse a rezar, para dar un abrazo, para decir una buena palabra. El pontificado del Papa Francisco estuvo marcado por tantas guerras, por una pandemia que paralizó el mundo, por tantos desastres de la naturaleza, acontecimientos que trajeron muerte, sufrimiento y destrucción. A pesar de la profunda tristeza por la humanidad herida, el Santo Padre nos enseñó a sonreír, a encontrar las palabras justas para consolar, nos dio el vocabulario de la alegría perfecta.

Su sensibilidad era “visible”, casi se podía tocar porque su mirada se iluminaba cuando se acercaba a los niños, a las personas con discapacidad, a los ancianos, a los pobres, con alegría en los ojos y el amor en los abrazos.

El Santo Padre fue amado por los “hombres de buena voluntad”. Amaba a la gente porque conocía por experiencia y con amor el alma humana. Fue amado por quienes no tenían la misma fe que él, pero creían en los mismos valores: paz, verdad y justicia. Fue estimado y amado por quienes no conocían el Evangelio, pero compartían la urgencia de detener las guerras para respetar la vida.

El Papa Francisco unió, nunca dividió, fue amado porque amó.

El Santo Padre ya ha sido acogido en los brazos del Resucitado, se ha encontrado con su amigo Jesús. Ahora descansa junto a su amada Madre.

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01 mayo 2025, 13:15